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La perfección personificada en el reino de plata. Algo más que rigor. Esta UD ya no engaña a nadie tras quince jornadas de dominio dictatorial –29 puntos, nueve goles en contra y una capacidad insaciable de retroalimentarse–. Desde la sociedad Gil-Fuster, hay licencia para soñar con goles de laboratorio (cortesía del tridente de cerebros Mossa, Marc Vinyals y Yepes), así como toneladas de inspiración con el pivote Amatucci como príncipe renacentista. El timonero que escucha a Eros Ramazotti tiene la capacidad de apretar y maravillar. De presionar y hacer una ruleta a lo Zidane. Enzo, por su parte, aporta el aceite y la velocidad de pensamiento en esa maquinaria perfectamente engrasada para escapar del radar rival. La pegada es cosa de Lukovic, que gracias a un pase de Fuster, que estaba en todas partes, para fusilar a Lizoain en el fotograma del 2-0 en el arco maldito de Vallejo –el de Naciente y el del 21-J de 2015 cuando mordió el polvo con el Zaragoza–. Sin un canario en el once, llegó el éxtasis.

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