La perfección personificada en el reino de plata. Algo más que rigor. Esta UD ya no engaña a nadie tras quince jornadas de dominio dictatorial –29 puntos, nueve goles en contra y una capacidad insaciable de retroalimentarse–. Desde la sociedad Gil-Fuster, hay licencia para soñar con goles de laboratorio (cortesía del tridente de cerebros Mossa, Marc Vinyals y Yepes), así como toneladas de inspiración con el pivote Amatucci como príncipe renacentista. El timonero que escucha a Eros Ramazotti tiene la capacidad de apretar y maravillar. De presionar y hacer una ruleta a lo Zidane. Enzo, por su parte, aporta el aceite y la velocidad de pensamiento en esa maquinaria perfectamente engrasada para escapar del radar rival. La pegada es cosa de Lukovic, que gracias a un pase de Fuster, que estaba en todas partes, para fusilar a Lizoain en el fotograma del 2-0 en el arco maldito de Vallejo –el de Naciente y el del 21-J de 2015 cuando mordió el polvo con el Zaragoza–. Sin un canario en el once, llegó el éxtasis.
El serbio es un ejecutor invisible. Un francotirador a lo Marco Livaja. Caliente en sus malas artes, competitivo y frío a la hora de tomar la decisión correcta. El único dilema es buscar a un plantel superior a esta versión supersónica de Segunda División. Quizás, Almería y Dépor. El Racing ha encajado 23 dianas (catorce más que los amarillos). Están en otra dimensión. Esta UD va en serio.
La UD en modo gigante silencioso
Un equipo redondo que es obra del intelecto de Luis García Fernández. Cuando todo el Gran Canaria estaba pendiente de la salida de Viera, que ya aventuró que lo deja en junio y aportaba el morbo, la ovación es para el ovetense. Sin Ale García por lesión y con Kirian Rodríguez en el banquillo, la estrella late en el banquillo. Un trilero de las alineaciones –lleva quince en quince jornadas para confundir al personal. Abrazado a su mujer, con la bandera de la UD y a sus tres hijos, Luis García conforma el mejor acierto en el ciclo de Luis Helguera en los despachos amarillos. Todo se reduce al descaro, humildad y habilidad de un revolucionario de perfil bajo.
La aparición de Viera y Jesé despertó a la grada. Fue una descarga de electricidad, así como el tanto de Morcillo (70’). El envío desde cuarenta metros, tras una pérdida de Fuster, fue un accidente. Como las derrotas ante el Málaga (0-1) y Almería (0-1), los dos únicos borrones en el expediente de la UD los récords. Tras siete duelos lejos del Gran Canaria, los amarillos están invictos. Es el segundo mejor visitante de la competición y el local con más puntos (16). Desde punto de equilibrio total, la aportación de Viera y Jesé fue meritoria. Gotitas de perfume, como las de Cristian Gutiérrez o Álex Suárez. No hay titulares ni suplentes. La meritocracia es el bloque.
El lienzo de la felicidad plena fue la complicidad en la banda de Viera, Jesé y Kirian. Los tres capos de la caseta. El primero, gozó de su tiempo para dejar constancia de su habilidad para salir a la contra o de brindar la pausa necesaria. En relación al ‘10’, al poco de salir, puso al Gran Canaria en pie. Bajo la lluvia, fueron dos agitadores. En el caso de Kirian, no jugó. Pero tampoco protesta. Las tres papas calientes del vestuario son tres samaritanos. Todos suman, todos aportan y Luis García abraza a su familia al término de la rueda de prensa. El parque temático del delirio. Del martinato –ciclo anterior del descenso con un vestuario fracturado– al IKEA de la bonanza. Primos y hermanos remando por la gloria del indestructible.
El palo de Escriche o el misil teledirigido de Morcillo no desmerecieron esta nueva obra de arte. Cuarta victoria consecutiva de local, 56 días invicto y el maillot de gran favorito en el pelotón. La coronación de la obra maestra de Luis García en quince jornadas de mutación. Evolución hacia el paraíso. La primera hora del pulso ante el Albacete conforma el lienzo más hermoso de esta temporada. Hay margen de crecimiento. Sin Ale García ni Marvin Park, aquí está la versión perfeccionada y más completa del pimientismo. Y del setienismo. Una estatua y las llaves del Museo Canario. Todo lo que toca el ovetense, lo convierte en oro. Una industria de puntos.
