Este pasado verano, LaLiga acreditó un límite salarial de 11,2 millones de euros para el Real Zaragoza, que en la práctica es algo superior a los doce. Vamos a escribirlo otra vez: doce millones de euros. Con ese dinero, que no son cuatro duros ni limosna en el fútbol profesional, sino una cantidad muy respetable con la que poder hacer camino de manera bien honrosa, la SAD construyó esta plantilla, tan ininteligible como la configuración accionarial de poder de la actual propiedad y su manera de hacer las cosas.
En la plaza aterrizó Txema Indias para asumir la dirección deportiva. Su gestualidad nunca ha transmitido un gran entusiasmo. Su trabajo, tampoco. Entre él, sus superiores en la ciudad, Mariano Aguilar, el elegido por la SAD para pilotar el destino deportivo desde las bambalinas, el resto de consejeros ladrilleros y esos duendecillos invisibles que nadie quiere que estén pero que están, construyeron un equipo que ha sido capaz de deshonrar el escudo en las 13 primeras jornadas de la temporada 25-26 de la siguiente manera: siendo colista destacado con 6 puntos de 39, a nueve de la zona de la permanencia.
A la Liga le quedan 29 partidos, 87 puntos por repartir. Ahora mismo, el Huesca marca la zona de la salvación con 15 y una progresión de 48 al final del campeonato. Es decir, al Zaragoza le harían falta 42 más de los que tiene: ganar uno de cada dos encuentros. Imposible no es porque es posible, pero desde luego estamos ante la situación más límite de la historia contemporánea del club. El abismo de la Primera RFEF asoma con más fuerza que nunca por los alrededores del Ibercaja Estadio.
Para llegar a esta situación con 11,2 millones de euros de límite salarial oficial, la propiedad del Real Zaragoza lo ha tenido que hacer todo mal. Lo primero, siendo como son, teniendo a un club de casi 94 años de historia, santo y seña de Aragón, cordón umbilical emocional de la ciudad, como un juguete olvidado en el rincón más sucio del último armario, tratándolo de manera insensible, con un desarraigo desgarrador. Con la frialdad, el desafecto y la indiferencia que dan la distancia.
A nivel deportivo, lo de este verano ha sido terrible. Ha sido terrorífica la sucesión de elecciones desafortunadas en cualquiera de las esferas de la estructura deportiva. La SAD eligió fatal al entrenador. Gabi Fernández servía para la heroica de la campaña pasada por su componente emocional pero no para lo que se necesitaba en la corriente: más madera, un entrenador de mayor categoría en estos momentos y con más herramientas de facto. Al madrileño le faltaba mucha cocción.
Además, el Real Zaragoza gestionó la revolución de la plantilla de un modo que se ha demostrado fallido. Hizo doce contrataciones. Doce más Saidu, que se lo encontró sin haberlo buscado. Apostó todas las cartas a jugadores con bagaje en Segunda, veteranos, pero habituados a roles secundarios en sus últimas experiencias. El club llegó al mercado tarde y lo terminó todavía más tarde. Producto de la improvisación y de la desesperación de última hora, Indias realizó algunas operaciones incomprensibles en la recta final de la última ventana. El resultado, lo que se está viendo: un grupo de jugadores falto de calidad en todas las líneas, superado futbolísticamente por la categoría y engullido emocionalmente por la situación, precisamente lo que se trataba de evitar con hombres hechos y derechos.
El verano terminó torcido. Como consecuencia de ello, el Real Zaragoza empezó mal la Liga. Gabi Fernández fue la primera víctima. Cuando hubo que cambiar de entrenador, la SAD hizo otro brindis al sol. Firmó a Rubén Sellés, un técnico con experiencia en Inglaterra pero sin bagaje en España. Fue una apuesta a contrapié: lo que parecía que necesitaba el equipo era un entrenador conocedor de la Segunda División y de fuerte personalidad. El club se echó en brazos de todo lo contrario. De momento, el efecto de su llegada ha sido nulo: tres derrotas en tres partidos. Otra apuesta que ya está en cuestión al poco tiempo de su llegada.
Desarraigada, desinteresada, indiferente y muy lejana. Así percibe la sociedad aragonesa a la actual propiedad del Real Zaragoza, a la que la inauguración de la Nueva Romareda en 2027 y su prometido maná se le va a hacer bola antes de tiempo. En los despachos, nada ha funcionado por un claro desenfoque de las prioridades en los intereses. A ras de césped, lo que al final le importa al aficionado y donde se cuecen las habas que dan y quitan razones, tampoco. Los incontables errores en cadena y el recurrente desacierto en las elecciones de directores deportivos, entrenadores y jugadores han llevado al equipo a la tesitura más difícil y comprometida de toda su historia.
Via: The Aragon Newspaper
