En su conversación en el podcast “Historias del Trail” de Albert Jorquera, Malen Osa exhibe la mezcla de determinación, fragilidad y ambición que la ha convertido, con apenas 22 años, en una de las grandes referencias del trail mundial. Nacida en Oñati y miembro del equipo internacional de Salomon, confiesa sin rodeos que está convencida de que llegará su momento en Zegama: “No voy a parar hasta conseguir esa chapa“. Y lo dice sosteniéndose en hechos: solo dos maratones en sus piernas y cuatro minutos rebajados de un año a otro en una edición más lenta para casi todas.
El relato de Osa destaca por su honestidad. No esquiva el duelo por la muerte de su madre —”era mi mejor amiga”— ni la forma en que se refugió en el deporte: “Me cegué mucho porque era casi de las únicas cosas que estaba haciendo a gusto“. La presión que se autoimpuso fue desbordante: “Le estaba poniendo mucho peso a rendir bien”. Y aun así, firmó una temporada de enorme regularidad, cerrando la Golden Trail World Series en cuarta posición y sintiendo ese resultado como un triunfo: “Esa foto es de rabia. Había mucho dolor detrás”.
Su historia también es un altavoz necesario sobre la salud menstrual en el deporte de élite. Reconoce que perder la regla le “quitaba el sueño”, porque es el primer indicador de que el cuerpo “no está saludable”. Asegura que todavía hay quien normaliza esta situación: “Muchas veces se relaciona que cuanto menos peses, mejor vas a rendir”. Su regreso al ciclo menstrual lo considera su mayor victoria del año: “Este año he rendido siendo una persona saludable”. Y advierte sin matices: “Perder la regla siendo joven te puede destrozar la vida”.
En el plano competitivo, Malen admite que su mayor enemigo es la presión interna. Los calambres que arrastra desde hace años aparecen siempre en los momentos clave: “La raíz está en lo mental”. Le ocurrió en los prólogos de las Golden y también en Zegama 2025, donde llegó a pararse un kilómetro entero antes de resucitar en la segunda mitad: “Tenía las piernas destrozadas, pero tenía que llegar a meta porque tenía a todo el pueblo ahí”. Aun así, fue tercera y salió de Aizkorri “orgullosísima” del esfuerzo.
Entre confesiones, deja frases que explican por qué todo el mundo la considera una futura campeona. “Soy muy regular y más tarde que pronto eso trae su recompensa“, afirma. “Llegará algún día alguna victoria”. Y, cuando se le pregunta por la larga distancia, no se esconde: “Me veo en un futuro haciendo UTMB, pero estamos hablando de muchos años”. No quiere quemar etapas, aunque reconoce que le intriga saber hasta dónde puede llegar: “Quiero ser competitiva en todas las distancias posibles”.
El episodio también deja momentos ligeros, como su anécdota con un fan en Dolomitas que actuó como si fuese su guardaespaldas durante toda la carrera —”Yo estaba cagándome en todo, no entendía qué hacía ese chaval”— o su reflexión sobre la exposición pública tras subir a 87.000 seguidores en Instagram: “Nunca me ha gustado ser el foco de atención y a veces me sobrepasa”. Incluso su ya célebre lema: “Tengo una vidorra que flipas”, que usa para recordar que la vida del atleta también implica renuncias, sacrificio y decisiones poco habituales para alguien de su edad.
Pese a todo, Osa mantiene un espíritu que sorprende por su madurez. Agradece al equipo de profesionales que la rodea, reivindica la importancia de la salud mental, valora la camaradería del trail —”Después del pistoletazo no hay amigos, pero cuando cruzas meta sí”— y se emociona al hablar de su madre. Con esa mezcla de humildad vasca y una convicción férrea en su futuro, se entiende por qué su nombre ya aparece entre las grandes del mundo.
Y también por qué, cuando dice que algún día levantará la chapela de Zegama, nadie duda de que lo cumplirá.
