Se le atribuye a Winston Churchill la frase “los Balcanes producen más historia de la que pueden consumir”, y algo parecido podría afirmarse del Barça. Esta semana, sin ir más lejos, entre una foto, una pubalgia y una estatua ha andado el juego. Coinciden las noticias en que los protagonistas son el 10, el dorsal de los dos, Leo Messi y Lamine Yamal. En el mismo periodo de tiempo, el Real Madrid —que ha pinchado en dos partidos seguidos, cuyo moderno y cool entrenador gana haters a la velocidad de la luz y que tiene un vestuario dividido y enfurruñado— apenas ha generado titulares.
Es marca de la casa en la historia del Barça que los ismos partan la institución. Ismos, además, generados a partir de divorcios. Josep Lluís Núñez y Johan Cruyff protagonizaron el más sonado, creando una brecha que perdura hasta hoy entre nuñistas (o neonuñistas, o bartorosellistas) y cruyffistas (o guardiolistas, o laportistas). En su proceso acelerado de nuñificación, Laporta parece que ya tiene a su némesis: Messi. La fotografía del argentino a solas en el Camp Nou es una doble declaración: de amor al Barça (reforzada en la entrevista concedida a Sport en Miami) y de indiferencia a la junta. Así lo ha interpretado todo el mundo, incluso el propio presidente, que ha acabado reaccionando con el anuncio de que Leo tendrá una estatua, como Cruyff y Kubala.
Un borrón
No tiene pinta de que una estatua sea la reparación que Messi quiere o necesita por parte de Laporta. La indiferencia hacia la junta del Barça que transmite la foto de Messi en el Camp Nou —mucho peor que el desprecio— no es lo que Laporta quisiera de Leo. Ni a los críticos acérrimos de Laporta se les ocurre pensar que el presidente no quería a Messi en el Barça (no puede decirse lo mismo de Núñez con Bernd Schuster jugador o cuando destituyó a Cruyff, por ejemplo), pero el caso es que fue él quien no lo renovó y quien no logró repatriarlo antes de que los Messi pusieran rumbo a Miami. Aceptando el argumento de la herencia recibida —un hecho—, Laporta no logrará hacer desaparecer con una estatua este borrón de su hoja de servicios.
¿Y qué necesita el Barça? Lo que no necesita es que una contienda electoral profundice la herida entre el presidente y el crack; que tuiteros anónimos carguen contra Messi como si fuera un jugador, un socio o un aficionado más que discrepa con la gestión de Laporta; que el mejor jugador de la historia del mundo y, por tanto, del Barça, sea arma arrojadiza.
Leo puede hacer lo que crea conveniente; Laporta, también. Los dos merecen respeto. Pero, de la misma forma que un jugador no está por encima del Barça (como se ha oído decir a laportistas esta semana), un presidente tampoco lo está. Ya que no está el horno para asados que lo solucionan todo, toca reclamar al menos prudencia, para que el nuñismo vs. cruyffismo no mute en un laportismo vs. messismo que no beneficia a nadie y sería trágico para el club.
Aunque, conociendo al Barça, el balcanismo suele imponerse a la cordura.
