Con octubre en los hombros, se recorta, velada, una tragedia de aglomerados rojos, escribió Miguel Hernández, rojos zares, con un tic-tac en plenilunio, abiertos, como revoluciones de los huertos, granadas con la herida, dátiles con tu esbelta ternura sin retorno.
Entre bancales con granados y palmeras, escarban la tierra para recoger los frutos de la memoria y desenterrar historias que están llenas de barro, lluvia, intemperie, pedregales, frío y desconsuelo. Una tierra salada, a ratos inhóspita, marcada por el dolor y la violencia, y también un lugar embrujado en el que hay algo enquistado.
En el municipio de San Isidro, en la comarca de la Vega Baja, al sur de la provincia de Alicante, se encuentra el campo de concentración de Albatera, uno de los más aterradores que el franquismo diseminó por todo el país, y es también de los más desconocidos: entre finales de 1939 y principios de 1940 lo desmantelaron y arrasaron hasta sus cimientos con el objetivo de no dejar rastro. Solo quedaron algunos escombros. Aparentemente, porque un equipo de arqueólogos trabaja sobre el terreno desde 2020 para reconstruir lo que el régimen quiso silenciar, y lo que están encontrando constata el horror que describieron quienes consiguieron salir con vida.
Historia oficial
Hasta ahora la historiografía dice que solo murieron diez personas entre el 6 de abril y el 26 de octubre de 1939, las fechas en las que Franco mantuvo abierto el centro de reclusión: ocho fusilados -anotados como muertes “por herida de arma de fuego”-, uno por enfermedad y otro al que encuentran asesinado en la carretera.
Mari Cruz García Martínez guarda como oro en paño una carta desgajada y amarillenta. Con fecha del 22 de junio de 1939, el cura de Albatera, Manuel Serna, le escribe al párroco de Antequera, Pedro del Pozo, para informarle de que Francisco García Parejo “ha sido ejecutado en el campo de concentración” por “haberse fugado hace un mes”, con el fin de que como sacerdote y tío político del fallecido le comunique la noticia a la familia “del mejor modo posible para que les sea menos dolorosa”.
Fusilados
Una misiva “bastante significativa”, a juicio del arqueólogo e historiador Felipe Mejías, porque “es una prueba de cargo que está confirmando que hubo fusilamientos antes de los que se registraron oficialmente a partir del 1 de julio, tal y como dicen los prisioneros y como era lógico pensar”, añade, al tiempo que insiste en que “no todo sale en los papeles, sino que a veces los testimonios son importantes para confirmar este tipo de cosas”.
Cuenta también el cura que ha estado a su lado en sus últimos momentos, que han sido “de sincero arrepentimiento”, y la envía junto con la cartera que el ajusticiado le entregó antes de morir, su carné de ferroviario, una fotografía de sus hijos y 33 pesetas en papel.
Fragment of the letter reporting the execution of Francisco García Parejo / Información
Además, le hace saber que ha sido enterrado “en el cementerio de esta parroquia”, algo que, según Mejías, ratifica que en el antiguo camposanto de Albatera, actualmente oculto bajo un parque, existe una fosa común que no se trasladó al nuevo.
Tanto los testimonios de los prisioneros como la munición hallada en la zona da una pista de que “el franquismo ocultó muchas muertes más”, prosigue el historiador, que no se rinde en la búsqueda de los desaparecidos.
Entre la vía del ferrocarril, a unos cien metros, y el campo están apareciendo proyectiles que corresponden a armas que no son reglamentarias del ejército, sino de civiles. “Es fundamental poder documentar esto, porque coincide con los testimonios de los prisioneros que dicen que se hacen sacas diarias por parte de falangistas -mayoritariamente-“, apunta. Es decir, “no los mataban de forma sistemática en el palmeral, pero seguramente se dieron casos de asesinatos porque esa munición aparece disparada” y lejos de las alambradas.
En cambio, la munición del ejército está normalmente dentro del perímetro y no está disparada. Es toda de fusil Máuser, muy moderna, que está llegando desde Alemania para suministrar al ejército franquista.

Work in the field. / Pilar Cortés
García Parejo, que nació en Fuente de Piedra (Málaga), con la lucha obrera por bandera, se fue en 1937 al frente para combatir por la República. Su familia le perdió el rastro hasta que acabó preso en Albatera, hasta donde fueron a visitarle su mujer, Teresa, y el menor de sus cuatro hijos, que entonces tenía cuatro años, el padre de Mari Cruz.
Visitas
Era habitual que las mujeres intentaran ver desde la valla a sus hermanos, padres o esposos. Así, los arqueólogos han hallado un broche de piedras preciosas para coger un chal o un moño, además de piezas de plomo circulares que son pesas que se llevaban en los dobladillos para que los vestidos no se levantaran. También se han encontrado gemelos, cadenas de plata, relojes -como uno suizo de bolsillo Movado Ermeto que detuvo su marcha a las 8.30 horas- y hasta un anillo infantil de oro, que apareció en el relleno de una arqueta de las letrinas.
Muchos reclusos entraron con objetos de valor que habían podido sacar de sus casas con la idea de usarlos como moneda de cambio hacia el exilio. Nada más ingresar en el campo, los militares les obligaron, bajo amenaza de muerte, a entregarlos, aunque muchos, jugándose la vida, prefirieron ocultarlos o directamente tragárselos antes que entregarlos, como acto de resistencia o con la esperanza de poder recuperarlos más adelante.
Apresados en el puerto
Hasta allí llegaron, entre otros, los que al finalizar la guerra no pudieron exiliarse en el Stanbrook, uno de los últimos barcos que partió desde el puerto de Alicante, el último reducto republicano.
Teresa Carrasco Montiel recuerda a su abuelo paterno, Jesús Carrasco Martínez, que fue el alcalde de Abarán, en la Región de Murcia, durante la Guerra Civil: “Después se lo cargaron” a sus 33 años. Intentó huir por Alicante. Lo apresaron en el puerto. Primero lo encerraron en la cárcel de Orihuela y después lo llevaron a Albatera. Teresa conserva dos cartas que envió desde allí, contando que estaba muy bien, que iba a salir muy pronto. Decía que en su pueblo le debían favores, por lo que tenía la esperanza de que alguien lo ayudaría. “Había salvado montones de vidas, mediando entre bandos durante la guerra”, rememora Teresa.
Pero “ya no volvió nunca”, prosigue. Lo trasladaron en mayo de 1939 a la cárcel de Cieza. En su expediente, donde debía poner el delito del que se le acusaba dice literalmente “no consta”. “El juicio fue una pantomima”, describe la nieta. Hasta curas del pueblo declararon a su favor, pero su condena estaba clara de antemano. Lo fusilaron el 6 de junio. “Se dieron prisa”, continúa, porque la sentencia de muerte firmada por el caudillo llegó en agosto. Dejando una viuda y dos hijos, el padre de Teresa, de seis años, y una recién nacida de 20 días de vida a la que nunca vio, que pasaron a ser “unos apestados en el pueblo”.
Hambre y sed
“Fue un campo de represión cruel y duro donde se les dejaba morir de hambre, sed y enfermedad”, recuerda Mejías. José Antonio Urquijo era un chaval de Bilbao que llegó a beber orina de las letrinas para combatir la sed. Consiguió salir de aquel lugar de terror con 22 años recién cumplidos y pesando 32 kilos. Quiso que se le enterrara con un puñado de tierra del campo de Albatera, relata su hijo Enrique.

A projectile in the vicinity of the field. / Pilar Cortés
Hacinados, no se podían ni acostar. A la intemperie, sobre un terreno de costra salada y bajo un sol que rajaba la tierra y la piel. O con frío, un año en el que llovió mucho. Solo disponían de la ropa con la que habían entrado, si es que ningún familiar les había podido llevar una muda. La ropa se les caía hecha jirones por la sal, el sol, la humedad o por dormir en el suelo pedregoso. Los prisioneros prácticamente se quedaron desnudos.
Campañas
Mejías y su equipo acaban de concluir la quinta campaña sobre el terreno tras un parón de un año en el que la Generalitat Valenciana, gobernada por el PP y Vox, no convocó subvenciones, interrumpiendo lo que se venía realizando cada año desde 2020. Casi la mitad de presupuesto que ha reducido también a la mitad los trabajos, pero ha aflorado “material muy interesante”, describe el historiador, que avanza que “posiblemente sea de las mejores campañas que hemos hecho en los cinco años”, porque les ha permitido determinar que los materiales van más allá del campo: “Están apareciendo no solo entre la vía y el campo, sino incluso hacia el camino y la estación”.
Al cavar, pertrechados de detectores metálicos, los objetos más habituales son munición, insignias, remaches, herramientas, hebillas o cinturones. En este tiempo también han encontrado dos postes cerca de la puerta y en el sitio exacto por donde pasaba la alambrada. Perfectamente conservados, se aprecian los orificios para enganchar el alambre de espino.
Próximos trabajos
Ya piensan en la sexta campaña para la que van a salicitar una subvención al ministerio para continuar sondeando. A través de la prospección magnética, intentarán dar con la fosa séptica, donde se vertieron todos los desechos de los váteres, que estará a unos dos metros de profundidad.
Pondrán, además, el foco en localizar los vertederos, de los que hablaban tanto presos como vecinos del pueblo. Antiguo campo de trabajo republicano con una capacidad para 1.500 personas, entre abril y noviembre de 1939 el régimen franquista lo usó como centro de clasificación de prisioneros. Al principio fueron cerca de 14.000 y hacia el verano la cifra se redujo a unos 5.000, a los que se les daba una lata de sardinas cada dos día y un trozo de pan para cinco.
La basura, un tesoro
Los desperdicios se sacaban diariamente y se vertían en los alrededores del campo. “La información de los basureros permite reconstruir lo que la documentación no aporta e interpretar la vida del campo”, explica el investigador.
Casi sin agua ni alimento, aparecen también restos de medicamentos, sobre todo tubos de pomada para combatir la sarna y otras enfermedades infecciosas.
Seguirán documentando su existencia, dicen con el tesón de quienes tienen la dificultad de sondear un terreno que ocupa 14 hectáreas, en donde también han hallado la estructura de una de los barracones que podría albergar un Centro de Interpretación de la Memoria, convirtiéndose en el primer campo de concentración en poder visitarse en España. Sin embargo, este proyecto se malogró con el cambio de Gobierno autonómico hasta el punto de que a finales de 2023, durante la cuarta campaña, tuvieron que tapar la estructura, ya que había que reintegrar el terreno a su estado original.
Con esa expectativa, Mari Cruz, que desde pequeña había escuchado la historia de su abuelo y de más mayor leyó a Max Aub, Eduardo de Guzmán y Jorge Campos, buscó a Mejías para que esa carta que recibió casi a modo de herencia se pueda depositar en el futuro museo.
“Alguna vez se hará”, confía la nieta de aquel ferroviario fusilado, para que la misiva “se conserve y vuelva al sitio del que salió”, expresa la que hace un año visitó el lugar para ver lo que su abuelo había por última vez. Le contaron que quiso morir sin que le vendaran los ojos.
Muerto que te derramas, muerto que yo conozco, decía el poeta oriolano. En memoria de todos ellos se alzan dos vigas de hierro con unas cadenas rotas en mitad de un vasto campo con la sierra a lo lejos.
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