El 22 de noviembre de 1975, dos días después de la muerte de Francisco Franco, Juan Carlos de Borbón fue proclamado Rey de España. El país salía de casi cuatro décadas de dictadura y se asomaba a una etapa incierta. La designación del Monarca por el propio Franco, en 1969, había generado desconfianza. El dictador lo presentó como su “sucesor a título de Rey”, asegurando así, eso creyó él, la continuidad del régimen. Pero la sociedad española, cada vez más cansada de la rigidez franquista y con ganas de abrirse a Europa, empezaba a empujar en otra dirección y Juan Carlos I supo verlo y apoyarlo.
“¿Qué error profesional, como jefe de Estado, cometió Juan Carlos I?”, lanza Almansa, exjefe de la Casa. “No cometió ningún error político”
“Por la falta de documentos e información que así lo acrediten, no sabemos si el Rey era medio demócrata o no justo cuando asume el cargo”, se queja Ismael Saz, catedrático emérito de la Universitat de València sobre la imposibilidad de acceder al material reservado de aquellos años. “Sí sabemos lo que hizo y su primer acto como Rey fue nombrar como jefe de Gobierno al último jefe de Gobierno de Franco, Carlos Arias Navarro. Juan Carlos no fue designado para restaurar una monarquía parlamentaria, sino para encabezar una monarquía posfranquista. Quien manda al garete el proyecto posfranquista es la sociedad española con las huelgas obreras, con una universidad movilizada, con un mundo de la cultura potente prodemocrática… Lo que sí sabemos es que en el verano de 1976 el Rey se ha dado cuenta de que ya no hay más alternativa que la democracia”, relata.
En sus primeros años de reinado, el nuevo jefe de Estado tuvo que ganarse una legitimidad que no le venía de origen, sino de los actos. El franquismo sociológico seguía siendo poderoso, los militares estaban nerviosos y el clima social era explosivo, como recuerda el historiador: asesinatos de la banda terrorista ETA, huelgas en Euskadi, protestas universitarias, tensiones en los barrios obreros… La ley para la reforma política de 1976 y las primeras elecciones democráticas, en 1977, marcaron el tránsito hacia una etapa de libertades y derechos. La legalización del Partido Comunista de España (PCE) en 1977 fue un desafío directo a los sectores más inmovilistas. Todos esos cambios tuvieron el impulso del Rey y de Adolfo Suárez, en el que el Monarca confió en 1976 y el político que ganó en las urnas un año más tarde.
Saz, historiador, lamenta la falta de acceso a fuentes documentales que acrediten el papel del emérito en la Transición
El equilibrio entre la prudencia y el arrojo lo acompañó durante buena parte de su reinado. “Ha sido un Monarca audaz y muy intuitivo”, describe Fernando Almansa, jefe de la Casa del Rey entre 1993 y 2002. “Yo diría incluso que fue temerario. Pero el asunto es que siempre que lo fue le salió bien”, añade Rafael Spottorno, que también ocupó ese delicado puesto en la Zarzuela entre 2011 y 2014.
El golpe de Estado
El 23 de febrero de 1981, Juan Carlos I vivió el momento más delicado de su reinado. El golpe de Estado de Antonio Tejero reveló la fragilidad del sistema. Aquella noche, el discurso televisado del Monarca, vestido de capitán general, fue determinante: “La Corona […] “cannot tolerate in any way actions or attitudes of people who seek to forcibly interrupt the democratic process.”. The phrase, pronounced with the serenity of someone who knows he is being watched by the entire world, sealed his legitimacy. Since then, Juan Carlos was seen as the King who had saved democracy. “Until then it had Francoist legitimacy, from that moment on it has the popular legitimacy and Juancarlism explodes,” says the historian.
The coup plotter Antonio Tejero, on February 23, 1981, in the Congress of Deputies. / EL PERIÓDICO
A finales de los años 80 y los 90, el Monarca disfrutó de su etapa más cómoda. España entró en la OTAN, en la Comunidad Económica Europea y en el club de las democracias consolidadas, hitos conseguidos en buena medida con su trabajo y su papel diplomático. Con Felipe González (1982-1996) se entendió bien: compartían una visión pragmática y europeísta del país. Con José María Aznar mantuvo una relación correcta, aunque más distante. Con José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, ya con menos peso institucional, el Rey actuó como árbitro, más pendiente de cuidar y asegurar un espacio para la Corona en el espacio público que de influir en los grandes debates.
“Se llevó bien con todos los presidentes”, resume Almansa. El diplomático responde con una pregunta a la cuestión sobre los excesos y equivocaciones en los que incurrió Juan Carlos I en sus relaciones personales y sus decisiones financieras. “¿Qué error profesional, como jefe de Estado, cometió el Rey?”, lanza el exjefe de la Casa. “No cometió ningún error político”, insiste, una idea que también sostiene Spottorno. Preguntados ambos sobre los asuntos personales del Monarca, aseguran que el Rey se limitaba a “escuchar atentamente” a los jefes de la Casa cuando estos abordaban con él ese tipo de temas de su faceta privada.
Spottorno explica que Juan Carlos I le dijo “por primera vez” que estaba pensando en dejar el trono a finales de 2012
Tras décadas de autocensura mediática, todo cambió en 2012. La rotura de la cadera durante una cacería en Botswana, en plena recesión, mientras España recortaba salarios y derechos, rompió la burbuja de protección que la prensa, los políticos y los empresarios le habían facilitado durante años.
La indignación de la sociedad
“Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir”, dijo al salir del hospital. En su libro de memorias Juan Carlos I insinúa que su equipo le animó a grabar esas palabras. Un Rey nunca pide perdón, se revolvieron entonces los monárquicos. Spottorno, jefe de la Casa en aquellas fechas, recuerda que fue una decisión “convenida” con él. “Yo no sabía si don Juan Carlos era consciente de la gravedad de la situación y lo que hice aquellos cuatro días que estuvo ingresado es ponerle la televisión y darle los dosieres de prensa, para que viera el estado de ánimo de la sociedad española. No debía irse del hospital sin decir nada. Y tenía que ser algo breve y sonoro”, rememora ahora.
Aquel episodio coincidió con la investigación por corrupción del ‘caso Nóos’, que afectaba a su yerno, Iñaki Urdangarin. La monarquía, que había sido símbolo de estabilidad, se convirtió en objeto de sospecha. El accidente sacó a la luz también a las claras la relación con su amante Corinna Larsen, una de sus numerosas parejas fuera del matrimonio según se ha sabido con los años. El deterioro de su imagen precipitó su decisión de abdicar en su hijo, Felipe, en junio de 2014. Fue una operación planificada con discreción. Se trataba de salvar la institución antes de que el escándalo la arrastrara. Spottorno cuenta que Juan Carlos I le dice “por primera vez” que está pensando en dejar el trono a finales de 2012 (meses después de Botswana), una idea que parece aparcar en 2013 y recupera en marzo de 2014, cuando le encarga como jefe de la Casa del Rey que active la maquinaria para abdicar. Para el historiador, “la Corona solo se podía salvar dejándola a un hijo inmaculado”.

Juan Carlos I and Felipe VI kiss with Princess Leonor, on June 19, 2014, the day of the replacement of the throne. / Casa del Rey
Fue el 2 de junio de aquel año cuando el Monarca anunció a la ciudadanía la decisión. Felipe VI llegó al trono con una hoja de ruta clara: regenerar la Corona y recuperar la confianza pública, y lo ha conseguido, puesto que no ha habido un cuestionamiento de la institución en las calles ni por parte de los principales partidos. Llevaba décadas preparándose para ese momento. “Juan Carlos se preocupó desde el primer momento de que su sucesor estuviera bien formado”, apunta Almansa.
Un poco de transparencia
En su discurso de proclamación, Felipe VI señaló la transparencia, la ejemplaridad y el servicio público como sus principales guías. En sus primeros meses impulsó una auditoría externa y estableció un código de conducta para el personal de la Zarzuela. Retiró el ducado a su hermana Cristina, imputada en el ‘caso Nóos’, y la apartó de la agenda oficial. Pero el contexto político no le dio tregua. En 2017, el desafío independentista en Cataluña lo situó en el centro de la tormenta. Su mensaje del 3 de octubre defendiendo la unidad de España, dos días después del referéndum ilegal de independencia, lo consolidó ante buena parte del país y lo alejó de parte de miles de catalanes.
El actual Rey llegó con una hoja de ruta clara: regenerar la Corona y recuperar la confianza pública
La relación con esta comunidad, sin embargo, también ha mejorado en los últimos años, tras la caída del independentismo en las urnas y la política de apaciguamiento de Pedro Sánchez (desde 2018). El Monarca ha participado en la nueva etapa que se abrió tras los indultos a los dirigentes del ‘procés’ (2021) y ha rehecho los lazos con Catalunya, algo a lo que ha ayudado que el socialista Salvador Illa esté al frente de la Generalitat.
Justo en la pandemia, en marzo de 2020, el Monarca hizo una explosión controlada de un asunto que llevaba un año gestionando en silencio: dio a conocer que rompía oficialmente con su padre, renunciando por adelantado a la herencia que recibirá tras su muerte, porque Juan Carlos I le había puesto de beneficiario de una fundación con dinero regalado por la familia real saudí. Las informaciones sobre la fortuna oculta del emérito le llevaron a tomar la decisión (negociada con la Zarzuela y el Gobierno) de irse de España. Desde agosto de 2020, vive en Abu Dabi (Emiratos Árabes Unidos).
Una celebración agridulce
Desde entonces, el exjefe del Estado regresa de vez en cuando, como estos días para navegar en Galicia y comer este sábado con la familia real en el Pardo para celebrar los 50 años de monarquía parlamentaria. Ha aceptado ir al almuerzo “privado” después de saber que su hijo no ha querido ningún acto en público con él. La Casa del Rey intenta mantener una distancia institucional, mientras la opinión pública se divide entre quienes consideran que Juan Carlos I debe dar explicaciones y quienes prefieren pasar página.
En un escenario de fragmentación política y desafección ciudadana, la Corona tiene el desafío de mostrarse útil ante las generaciones más jóvenes, a las que la falta de libertades de la dictadura les queda lejos y no han visto al Rey cediendo a izquierdas y derechas para tener un país en paz. Medio siglo después, la Corona sigue siendo una pieza central del sistema político español, pero también un espejo de sus contradicciones: símbolo de continuidad y, al mismo tiempo, de la dificultad de reconciliar tradición y exigencia democrática.
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