El próximo jueves se cumplen 50 años del acontecimiento político de mayor importancia de la historia reciente de España. Porque la muerte de Franco abrió el camino hacia la democracia cuyas virtudes y defectos disfrutamos en la actualidad. Hay motivos para criticar las renuncias de la transición y los desvaríos de una parte de la política, pero en términos de derechos y libertades, el país de entonces y el de hoy se parecen como un huevo a una castaña. Por eso, en EL PERIÓDICO llevamos un par de meses explicando la dictadura a quienes no la vivieron. Y no son pocos.
Las estadísticas del INE reflejan que España tiene hoy 49.442.844 habitantes y que esa cifra ha aumentado en 13.496.419 desde finales de 1975. No obstante, el dato clave es que la mayoría de los españoles de hoy han nacido ya en democracia. En concreto, seis de cada diez ciudadanos. El 40% restante vivía el día que murió Franco, pero, de esa proporción, solo el 20% tiene ahora más de 65 años, lo que significa que aquel 20 de noviembre de 1975 tenía más de 15 años y era consciente de la trascendencia del momento.
Esta realidad demográfica puede ayudar a entender la paradoja política que impregna este 20-N: el 50º aniversario de la democracia coincide con el momento de mayor apogeo de la extrema derecha desde la muerte del franquismo. La sociedad española se ha movido en las últimas cuatro décadas de izquierda a derecha al compás de cada ciclo político, o mejor dicho, a rebufo del desgaste de cada gobierno. Viró a la derecha en la etapa de José María Aznar y volvió a la izquierda con José Luis Rodríguez Zapatero y, sobre todo, con el 15-M.
Con la implosión del bipartidismo, las elecciones ya no se ganan por el centro, como se decía antaño, sino por bloques. Las últimas elecciones generales, en 2023, depararon una rareza: mayoría conservadora y Gobierno progresista. La derecha sumó el 45,44% de los votos y la izquierda se quedó en el 44%, pero la presencia de Vox en el bloque ganador permitió que el perdedor atrajese más apoyos en el Congreso. Ahora bien, ¿se corresponden los resultados electorales con la realidad ideológica del electorado?
Hace cuatro décadas que el CIS pregunta en sus barómetros por la “autoubicación ideológica” de los encuestados en una escala del 1 al 10. Desde hace mucho tiempo, el porcentaje mayoritario se sitúa en el 5, justo en el centro. En el último sondeo, de octubre, se colocaba ahí el 22,8%. Más hacia la izquierda se declaraba el 44%, y más hacia la derecha, el 29,8%. ¿Ha cambiado tanto en 10 años? En octubre de 2015, el 37% de los españoles se autoubicaban en la izquierda; el 24,9%, en la derecha; y el 22,3%, en el centro.
Sin embargo, detrás de estos porcentajes globales hay dos datos clave. El primero es que hace una década había un 15,7% de indecisos ante esta pregunta, y ahora quienes no se definen apenas son el 3,3%. El segundo es que los dos extremos han crecido: los españoles que se sitúan en 1 (izquierda) ha pasado del 4,5% al 17,1% en 10 años, y los que se colocan en el 10 (derecha) ha pasado del 1,3% al 6,2%. Es decir, el electorado se ha polarizado al ritmo que lo ha hecho el ambiente político.
En ese contexto hay que interpretar que las tesis ultras ganen terreno en las encuestas, pero sin llegar a ser mayoritarias. Según el CIS, dos de cada diez ciudadanos (21,3%) creen que los años de dictadura franquista fueron buenos o muy buenos para España y los españoles, frente al 65,5% que piensa que fueron malos o muy malos. Eso sí, los hombres en general y los hombres jóvenes en particular se han derechizado bastante más que la media: el 26,8% de los hombres y el 29,7% de los hombres de 18 a 24 años tienen buena opinión del franquismo.
Otro ejemplo. Tres de cada cuatro españoles (74,6%) consideran que el actual régimen democrático es mejor o mucho mejor que la dictadura, frente al 17,3% que cree que estamos peor que con Franco. Este último porcentaje sube al 18,3% entre los hombres, y se dispara hasta el 28,3% entre los hombres más jóvenes (que siempre han vivido en democracia).
La derechización política y social no ha pasado de largo por Catalunya, donde el ‘procés’ hizo crecer a Vox y de su fracaso emergió Aliança Catalana. El último barómetro del CEO, de julio pasado, concluía que uno de cada cuatro catalanes muestran comprensión por la ultraderecha: el 24% rechaza que suponga una amenaza para la convivencia, el 23% cree que “aporta renovación” respecto a los partidos tradicionales y el 20% se plantea cambiar su voto a una formación ultra por “decepción” con el resto de opciones.
Consciente de ello, y de que la islamofobia es hoy un caladero más fértil para pescar votos, el partido de Sílvia Orriols ha cambiado de estrategia en los últimos meses y ataca más por el flanco migratorio que por el independentista. La última encuesta del CEO le pronosticaba 10-11 escaños. En la próxima, que está al caer, los partidos temen que pueda estar aún más arriba.
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