Carlos Castresana (Madrid, 1957) es un fiscal de dilatada trayectoria en Antidroga, Anticorrupción, el Supremo y ahora mismo en el Tribunal de Cuentas. Ha investigado a personajes como Pinochet y Berlusconi. Acaba de publicar Bajo las togas: Errores judiciales y otras infamias.
Para que se haga cargo del tipo de entrevista: 2¿El fiscal es el malo de la película?2
Todo lo contrario. Es el defensor de la legalidad, el abogado de la sociedad, el defensor ante los tribunales del interés público. Acusa en la mayoría de casos, pero no necesariamente.
¿Qué se esconde Bajo las togas?
En el libro analizo las patologías del proceso, que perturban el orden jurídico. Se trata de errores a veces, o de infamias cuando hay utilización aviesa de la Administración de Justicia, que es uno de los poderes del Estado.
¿Qué jerarquía ocupa la Justicia entre esos poderes estatales?
No hay orden. El Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial se regulan y compensan mediante los contrapesos de los checks and balances anglosajones. Ninguno de ellos puede excederse para invadir a los demás.
Subtitula su libro Errores judiciales y otras infamias, la última palabra es infamante.
Cuando se condena a muerte a un inocente se comete una infamia, es un asesinato legalizado. En el libro analizo 25 casos en distintas épocas de descarrilamiento de la Justicia, el miscarriage inglés.
¿Qué nos dice a quienes pedimos justicia local antes que universal?
Cada una es importante en su ámbito. Gaza, Ucrania o el olvidado Sudán hacen frente a los responsables de estos desastres. Ahora bien, para una familia necesitada de un divorcio a tiempo, con los intereses de los hijos de por medio, su caso es más importante para ellos que Gaza.
De todas formas, la justicia universal no atraviesa su mejor momento.
Vivimos la luna de miel del Derecho Internacional desde la caída del Muro de Berlín, y esa década prodigiosa termina con la caída de las Torres Gemelas en 2001.
A propósito, ¿la muerte de Bin Laden fue justicia, ejecución, asesinato…?
Fue una ejecución extrajudicial, amparada porque el presidente de ese país tiene poderes extraordinarios en una situación de guerra, que le permiten disponer de la vida de sus enemigos. Está sometido al control político, pero no a los tribunales.
¿Pinochet se les escapó por los pelos?
A ver, tengo una lectura optimista de este caso. Es una pena que Pinochet no se sentara finalmente ante un tribunal, donde a buen seguro hubiera sido condenado. Sin embargo, tras su detención en 1996 en Inglaterra permaneció quinientos días privado de libertad, que en sí mismos suponen un acto de reparación. Y con el final feliz de muchas otras condenas en Chile.
¿Su acusado Silvio Berlusconi fue el primer Donald Trump?
Tiene alguna similitud, sin duda. Berlusconi es un personaje muy peculiar, que salta a la política para zafarse de sus responsabilidades penales pendientes. Vino a declarar a Madrid, y fue escalando los niveles de inmunidad para ganar impunidad. Se hizo eurodiputado para dificultarnos la tarea, y ascendió finalmente a primer ministro italiano.
Siempre me dicen que acusar es más difícil que juzgar.
No estoy seguro porque, cuando se produce la denuncia o la notitia criminis, el fiscal es el primero en buscar la verdad, un trabajo nada sencillo. Es más fácil defenderse, porque se dispone de una presunción de inocencia que ha de ser destruida por la acusación.
¿La Constitución salvó a Juan Carlos I de la cárcel?
No podemos pronunciarnos en estos términos, porque no ha sido juzgado y le favorece la presunción de inocencia. Otra cosa es que la inviolabilidad del Jefe del Estado fuera interpretada de manera equivocada. No es verdad que no se le pueda imputar, sino que hay que retirarle su condición y no se hizo. Si un Rey comete un asesinato, no se puede refugiar en que es inviolable.
Hegel dictaminó que las grandes figuras históricas obedecen a otras leyes.
Efectivamente, se sitúa así más cerca de Maquiavelo que de Rousseau. Yo prefiero estar del lado de la Ilustración, que ofrece más garantías.
Hay políticos americanos que piden la ejecución pública de los asesinos de niños.
Eso nos retrotrae a la Edad Media y no mejora la situación de partida, además de ser contraproducente. En los estados donde se iguala la justicia a la venganza, se resiente la convivencia.
¿Ha leído el libro de su colega Manuel Marchena?
No lo he leído. Tengo mis años, y me interesa más la ficción que los tratados jurídicos.
¿Cuál es el mayor error de su carrera?
No tengo sinceramente la noción de haber cometido grandes errores. Entre los menores, algunos los han corregido por fortuna los tribunales. Hemos de ser humildes y reconocer que nos podemos equivocar, igual que un ingeniero o un médico.
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