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El corazón del Ciutat de València quedó congelado ante la noticia de la retirada de Vicente Iborra. Cada una de las gradas del coliseo de Orriols vivió su trayectoria profesional desde la emoción más absoluta y con un orgullo infinito por cómo, pese a agigantar su figura en cada uno de los clubes en los que militó, nunca se olvidó de su Levante durante una etapa plagada de éxitos. Por ello, todos los levantinistas lloraron de tristeza al sentir que la luz de su eterno capitán, el ‘10’ que mejor representó no solo los colores azul y grana, sino también los valores de un club enorme, dejaría de guiar a los suyos desde el terreno de juego después de verle cumplir los sueños de cualquier granota. No fue una decisión fácil. Y más, cuando la tomó sin apenas tiempo para asimilarla. Sin embargo, ese fue su deseo: retirarse en silencio y sin focos. Sin homenajes, por mucho que estuvieran más que justificados tras dibujar una carrera de ensueño. Lideró la resurrección y los años más exitosos de su Levante, hizo tricampeón de Europa al Sevilla, jugó en la Premier League, rescató al Villarreal del abismo, para hacerlo campeón por primera vez en su historia, y, tras ver cómo tuvo que hacer escala en Grecia, después de que el fútbol le diera la espalda en su primer regreso al Levante, no dejó de pelear hasta ver al equipo de su vida en la élite para, a su vez, poder quedarse con la conciencia tranquila. Pocas trayectorias existen en el mundo del balompié como la de un Vicente Iborra que siente que lo dio todo cuando estuvo en activo, pero que, pese a reconocer que los acontecimientos de su retirada le ‘atropellaron’, inicia una nueva etapa en los banquillos partiendo de asistente y feliz de seguir vinculado a su querido Levante. El club de su corazón.

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