Cuando uno coge la M-600 camino de San Lorenzo de El Escorial sorprende que los carteles de la carretera que lo anuncian están emborronados con pintura negra y solo se puede leer “Valle de…”. Ha quedado así tachada la otra parte del nombre –“los caídos”– con el que se conocía hasta el año 2022 el monumento funerario erigido por Francisco Franco para conmemorar su victoria en la Guerra Civil, el último reducto del franquismo.
Tras la exhumación del dictador en octubre de 2019 para su traslado a la tumba familiar de Mingorrubio, la Ley 20/2022 impulsada por el Gobierno de Pedro Sánchez renombró el espacio por Valle de Cuelgamuros, estableciendo que fuera un lugar de “reconocimiento, conmemoración, recuerdo y homenaje” a todas las víctimas de la Guerra, republicanos y nacionales. A día de hoy, no se han cambiado siquiera los carteles de la carretera de acceso.
“Debería haber un vídeo divulgativo a la entrada para explicar qué significa este monumento, quién murió construyéndolo”
“Ya no hay muchas cosas que antes había; las banderas, por ejemplo, o la tienda de recuerdos franquistas. La cafetería está cerrada. La última vez que estuve, hace unos diez años, compré un décimo de Lotería que tenía referencias a Franco”, relata Cristian, andaluz de 35 años que ha venido con un amigo de visita a un espacio que cree que “debería tener un vídeo divulgativo a la entrada para explicar qué significa”.
“Falta de respeto”
“Es que hay personas”, razona al ver a dos turistas sudamericanas haciéndose selfies sonrientes frente a la fachada de la Basílica, coronada por la Gran Cruz, “que se hacen fotos sin saber lo que conmemora, sin saber la gente que murió aquí construyéndolo; me parece una falta de respeto”.
A man photographs the interior of the Basílica del Valle de Cuelgamuros. / José Luis Roca
El trajín de turistas al espacio es constante, previo pago de nueve euros en la taquilla de la entrada, tras la que hay que recorrer diez minutos por una sinuosa (y en algunos puntos deteriorada) carretera de montaña entre bellos pinares que lleva a la Basílica y la Abadía de Santa Cruz. Allí viven los monjes benedictinos que siguen manteniendo abierta la hospedería, en la que uno se puede alojar por unos 40 euros la noche, y que siguen dando misa a diario en la Basílica.
“Es un sitio estupendo”, relata Paloma, unos 50 años, escritora especializada en resolución de conflictos que se hospeda temporadas aquí. “Suelo venir porque es un lugar que invita a la espiritualidad. A la gente con la que hablo se le nota crispada. Es verdad que hay gente que, en vez de potenciar que sea un sitio de recogimiento, montan follón, separando a las personas”, relata en referencia a la exhumación de los restos del dictador y la resignificación del espacio.

Two tourists take a photograph in the Cuelgamuros Valley. / José Luis Roca
“Quien dijo que fuera enterrado aquí Franco fue el emérito; fue una cagada, porque este sitio es una joya, tiene la cruz más grande del mundo, es un centro de culto, ¡que lo dejen en paz ya!”, protesta Cristina, jubilada que ha venido con su pareja a la misa diaria de las 11 a la que hoy han acudido medio centenar de personas [si en la garita de abajo dices que vienes a misa te ahorras los nueve euros]
“Este sitio no había que resignificarlo, es una tontería, es un cambio tendencioso. Este sitio es perfecto como es”, señala molesta una mujer
“Este sitio no había que resignificarlo, es una tontería, es un cambio tendencioso. Este sitio es perfecto como es, aquí tienes una paz mental que no tienes en otros lugares”, señala molesta la mujer, que asegura que el Valle “está cayendo en el olvido”. Muestra de ello es el funicular que lleva desde 2009 sin funcionar o el antiguo restaurante, ahora vallado, comido por el paso del tiempo. Sobre los muebles de la cocina siguen los recipientes de barro, los vasos y la cubertería como si los trabajadores hubieran dejado el espacio a la carrera. El amplio comedor, con las sillas sobre las mesas, sigue dispuesto para celebrar una boda, la última que tendría lugar allí.
Bajada de visitantes
Lo cierto es que desde que se retiraron los restos de Franco de la zona próxima al altar de la Basílica han bajado ostensiblemente las visitas al Valle. Según datos facilitados por Patrimonio Nacional a EL PERIÓDICO, se ha pasado de 378.875 visitas del año 2018, el último año antes de la exhumación, a las 213.949 de 2024. Eso supone una bajada cercana al 50%, aunque se ha recuperado bastante el número de visitantes con respecto a la pandemia (2020), cuando solo acudieron al monumento 64.336 personas. Este año, hasta agosto pasado, había recibido 163.286 visitantes.

View of the restaurant near the Cuelgamuros Valley, fenced and completely abandoned. / José Luis Roca
Un grupo de monjas que también han acudido a misa bajan las escalinatas del monumento, que terminó de construirse en el año 1959 -las obras duraron cuatro lustros- y donde están enterradas 33.847 víctimas de la guerra de los dos bandos, de las cuales más de 12.000 están sin identificar. “Es muy bonito”, dice Coronación, una de ellas.
Por allí están también Nuria y Roberto, turistas catalanes. “Ahora que se ha democratizado hemos decidido venir”, señalan ambos, que aseguran que el monumento es sobrio al modo de los mausoleos de los grandes dictadores del Este de Europa. “Es un sitio frío, oscuro, busca que te sintieras pequeño. No hay rampas, todo son escalinatas. Arquitectónicamente está muy sobrevalorado”, resumen ambos.
“El 20-N vino mucha gente y a los que cantaron ‘El Cara al Sol’ los multaron. Son 900 euros, ¡eh!”, advierte un guardia de seguridad
Entre los visitantes hay opiniones de todo tipo, incluso nostálgicos que sacan una bufanda con símbolos franquistas a hurtadillas para hacerse una foto. “Aquí está prohibido por Ley cualquier simbología ni cánticos. El 20-N vino mucha gente y a los que cantaron ‘El Cara al Sol’ los multaron. Son 900 euros, ¡eh!”, advierte un guardia de seguridad.
“Este sitio es una maravilla, que Pedrito quiera tirarlo con lo bonito que es… se equivoca mucho”, lamentan Miguel y Manuel, jubilados que viven en Madrid. “La misa ha sido brutal, con los niños de la Escolanía cantando. Este es un sitio impresionante”, señalan María y Eva, que abogan por dejar el lugar “fuera de la política” y añaden que los domingos la Basílica se llena. El pasado domingo, Día de la Fiesta Nacional, acudieron más de 1.500 personas a la ceremonia.

Two tourists, in front of the enormous Francoist shield of the Cuelgamuros Valley. / José Luis Roca
“Conocer la historia es bueno para que no se repita”, comentan dos costarricenses residentes en España, que valoran que debería ser “un sitio más de dolor que de debate” mientras hacen fotos cerca de uno de los dos enormes escudos franquistas grabados en el mármol que se mantienen todavía a la entrada al recinto religioso.
Dentro, en la vasta basílica, un escrupuloso silencio. Varias personas encienden velas a los santos y muchos visitantes pisan con naturalidad por el lugar donde estuvieron enterrados -a ambos lados del altar mayor- Franco y José Antonio Primo de Rivera, exhumado a petición propia de su familia en 2023. No queda ninguna señalización, ningún recuerdo. Solo se puede intuir porque el mármol es más oscuro en esas zonas. “Hay gente que sí que te pregunta dónde estaban enterrados”, confiesa un vigilante.
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